Describir Toledo en pocas palabra es arduo trabajo, prácticamente imposible. Las raíces de la ciudad castellana se hunden en las brumas del tiempo y no es fácil situar su origen. Carpetanos, hebreos, griegos y romanos se disputan su fundación, aunque su nacimiento podría ser incluso anterior, configurándose, en cualquier caso, como asentamiento ininterrumpidamente habitado desde entonces hasta nuestros días. No es de extrañar, por lo tanto, que en sus calles y plazas se respiren los aires venerables y serenos de los pueblos ancestrales que lo han vivido prácticamente todo.

Destacar un solo episodio de su historia significa dejar fuera hechos de enorme trascendencia y singularidad, aún así, destacaremos que Toledo fue capital del Imperio español con Carlos V, hasta el traslado de la capitalidad a Madrid en 1561 bajo el reinado de su hijo, Felipe II. Su famoso y bellísimo Alcázar, cincelado por mil avatares a lo largo de los siglos, preside majestuosamente la ciudad. La personalidad de genios como Cervantes, Garcilaso y, sobre todo, El Greco, impregnan Toledo, empapada de cultura, de arte, de gastronomía, de historia. Calificarla de «inolvidable» es quedarse muy corto, hay que venir, vivirla, sentirla, y no querer marcharse.

Domenikos Theotokopoulos, El Greco, el genio que pintó el alma de Toledo. 

La Sinagoga de Santa María La Blanca, raíz judía de Toledo. 

Puerta de la Bisagra, al paso de los siglos. 

Catedral Primada de Toledo, siglos de espiritualidad, arte e historia.